Los estudios demuestran que, al menos, el 20% de la población ha sufrido alguna vez en su vida un ataque de pánico. Tan solo en España hay cerca de dos millones y medio de personas que sufren un trastorno de ansiedad o pánico habitualmente y, según parece, este porcentaje crece cada día más. A estos datos habría que añadir el de todas aquellas personas que, a pesar de haberlo padecido, no han recurrido a ningún servicio de asistencia.

Pero, ¿de qué se trata exactamente?

La ansiedad es una respuesta psicológica individual de los seres humanos. Es un mecanismo automático de supervivencia cuya función es «ponernos en alerta» ante la existencia de posibles situaciones amenazantes, tanto reales como imaginarias, es decir, su función es «prepararnos para la acción, en situación de peligro». Pero, a veces, esta ansiedad es demasiado alta o aparece ante situaciones inocuas y, por ello, no cumple esta función adaptativa. Es entonces cuando hablamos de ansiedad o de pánico.

El ataque de pánico se caracteriza por una sensación intensa de miedo y angustia que se complementa con síntomas físicos y cognitivos (pensamientos) que acentúan esta sensación. De esta forma se genera un círculo vicioso donde sensaciones y síntomas se alimentan mutuamente provocando un aumento del miedo.

En un ataque de pánico deben presentarse, al menos cuatro, de los siguientes síntomas: palpitaciones, sudoración, temblores, sensación de ahogo, opresión en el pecho, náuseas, mareo o sensación de pérdida de conciencia, percepción del mundo o de sí mismo como irreal, miedo a volverse loco, miedo a morir, sensación de hormigueo, adormecimiento, acorchamiento de alguna parte del cuerpo, escalofríos o sofocos.

Cuando los ataques de pánico se sufren de manera inesperada, hablamos de un Trastorno de Pánico. En este caso, la persona, después de sufrir una crisis siente una inquietud persistente por si vuelve a suceder y por las implicaciones y las consecuencias que le puede ocasionar, provocándole cambios en su comportamiento habitual.

El temor a que se produzcan nuevos ataques de pánico en lugares públicos genera una conducta de evitación fóbica, que obliga a modificar los hábitos de vida. En muchos casos, la persona, procura salir lo menos posible de casa. La reclusión voluntaria supone no poder realizar actividades tan cotidianas como ir al supermercado, utilizar transportes públicos, acceder a edificios oficiales, cines, teatros, parques, etcétera. Esta incapacidad para enfrentar ese miedo y llevar una vida normal desemboca, muchas veces, en depresión, alcoholismo u otro tipo de adicciones.

La superación de este trastorno pasa por aprender a manejar el estrés, las manifestaciones fisiológicas y las conductas de huida o evitación pero, sobre todo, por encontrar los pensamientos que están disparando la respuesta ansiosa y sustituirlos por otros más positivos y beneficiosos.

Maribel Salvo
Vicepresidenta de LMQA y Psicóloga