El 20 de marzo se celebra el día Internacional de la Felicidad. La Asamblea General de la ONU en su resolución 66/281 lo decretó así en el año 2012.

Las Naciones Unidas invitan a todos los estados miembros y sus organizaciones a realizar actividades educativas y divulgativas para la promoción de la Felicidad. Esta celebración invita a algunas reflexiones.

¿Es necesario proclamar un día dedicado a la felicidad? Se produce porque para muchos seres humanos esta palabra es un concepto algo lejano, difícil y hasta inalcanzable.

Aunque nuestro cerebro nace con una propensión natural para buscar los pensamientos positivos, en algún momento de la vida esta tendencia se cambia y se llega a estados donde se abandona el sueño de ser feliz y de disfrutar de una vida plena o realizada.

Esto para nada significa vivir en un mundo irreal o de fantasía porque a pesar de los problemas que enfrentan todos los seres humanos la diferencia está en el objetivo, la meta que uno tiene en su vida y cómo afronta cada desafío que se le presenta, para superarlo.

Los recursos a utilizar son el buen ánimo, el coraje, la perseverancia, el equilibrio, la esperanza, los pensamientos positivos, la motivación , la acción bien definida y dirigida, la capacidad de reacción, la visualización del resultado esperado, etcétera.

Ser optimista está directamente relacionado con gozar de una buena salud. Una actitud positiva puede prevenir el desarrollo de enfermedades como la depresión, el estrés, el insomnio, unos niveles inadecuados de colesterol y la anorexia. Esta es la conclusión que se desprende del estudio «La Felicidad y la percepción de la salud», realizado por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Al contrario, las personas menos felices «tienden a tener más presentes los problemas físicos y psicológicos que les afectan».

En este sentido, por ejemplo, la posibilidad de tener depresión en el grupo de las personas más felices es nueve veces menor que entre quienes son menos positivos. La probabilidad de tener insomnio es cuatro veces menor.

Según el informe, existe una relación bidireccional entre ser feliz y estar sano, las personas que se sienten más contentas y positivas tienen una mejor percepción de su salud. Y esta asociación, aseguran los expertos, cada vez tiene más evidencia científica y así lo confirman desde el departamento de Psiquiatría y Psicobiología Clínica de la Universidad de Barcelona.»Ser más optimista afecta al sistema nervioso, neuroendocrino e inmunológico. Por esta razón, los que son más felices, en general, sufren menos alteraciones cardiacas y cerebrovasculares y, como su sistema inmune se refuerza, disminuyen las posibilidades de contraer enfermedades».

En definitiva, los niveles altos de felicidad mejoran la salud mental. De hecho se ha constatado que la salud mental es un componente igual o más importante que la física en la percepción de la propia salud y que los problemas de tipo psicológico están mucho más relacionados con la infelicidad que los problemas físicos.

En busca de la felicidad

«La felicidad se trabaja, no se puede esperar sentado en casa. Por ejemplo, aquellas personas que realizan deporte regularmente son felices cuando lo hacen porque el cerebro segrega serotonina y oxitocina y genera una sensación que te hace feliz. En resumen, hay que buscar lo que nos hace felices».

Tampoco hay que olvidar el importante papel del apoyo social y familiar para superar los problemas de salud y otras adversidades.»Es fundamental para que las personas se sientan con mejor estado de salud y les ayuda a preservar, en gran medida, su nivel de satisfacción cuando sufren algún problema. El apoyo social fomenta la felicidad».

Nuestra salud depende mucho de la calidad de nuestras relaciones y de nuestra felicidad. Y si no las estamos cuidando suficientemente se originarán problemas que nos hará perder el equilibrio físico, psíquico y social necesario para el bienestar.

Un breve recuerdo histórico nos ayudará a entender que en nuestra sociedad actual los conflictos psicosociales son muy importantes en la producción de enfermedades y en la cronicidad de los enfermos. Por lo tanto, son fuente de muchísimos estudios para lograr una óptima salud.

La epidemiología es la ciencia que estudia los factores determinantes de la salud en los individuos y en las poblaciones. En el siglo XIX, esta disciplina se concentró en las enfermedades infecciosas, que en aquel entonces eran la primera causa de muerte. La evidencia producida por los epidemiólogos generó el “movimiento sanitario”, que luchaba por la mejora de las condiciones higiénicas de la población. Se organizaron así, en los barrios pobres de las ciudades, las redes de alcantarillados, el servicio de recogida de basura, se construyeron los baños públicos y se mejoraron las viviendas. Estos barrios comenzaron a perder aquel aspecto terrible y la esperanza de vida media, hasta entonces muy breve, se alargó de manera sustancial.

Cuando, en el transcurso del siglo pasado, las infecciones dejaron de ser la primera causa de enfermedad y muerte, pasando el testigo a las patologías cardiovasculares y a los tumores, los epidemiólogos detectaron la manera de mejorar la salud fomentando estilos de vida sanos que evitasen factores de riesgo.

El objetivo del epidemiólogo se convirtió en: evitar el tabaco, el alcohol, las dietas grasas, el sedentarismo, etcétera. La tercera fase de la epidemiología ha comenzado a tomar cuerpo en la segunda mitad del siglo pasado, cuando la atención se ha desplazado a otros factores de riesgo definidos psicosociales. Se ha descubierto que la felicidad influye directamente en la salud y la longevidad y que el pesimismo, la percepción de no controlar la propia vida, el estrés y los sentimientos de hostilidad y de agresión hacia los demás son factores de riesgo muy relevantes.

El riesgo de enfermedades cardiovasculares, la primera causa de muerte en los países ricos, es el doble entre las personas que sufren de depresión o enfermedades mentales. Los efectos del bienestar sobre la salud se estiman mayores que aquellos derivados del tabaco o del ejercicio físico.

Felicidad y longevidad

La felicidad influye fuertemente en la longevidad: Tras varios estudios se comprobó que las personas que habían expresado mayores pensamientos positivos, habían logrado una mayor longevidad frente a las que mostraban pensamientos negativos, aunque estos grupos habían tenido un estilo de vida muy similar por lo que se refiere a alimentación y estándar de vida.

El bienestar: Muchísimas investigaciones que utilizan varias metodologías y muestras de población, desarrolladas en una amplia variedad de países, llegan a las mismas conclusiones.
La infelicidad es un factor de riesgo muy relevante. Por el contrario, la felicidad constituye la protección de la salud más eficaz que tenemos a nuestra disposición. Muchas investigaciones siguen muestras de cientos, miles, a veces decenas de millares de personas, durante muchos años, a veces décadas.

Las medidas de la felicidad varían según los estudios y analizan por ejemplo la depresión y la ansiedad, el optimismo, las emociones positivas o negativas, el estrés, la capacidad de disfrutar de la vida, la capacidad de sonreír, la presencia de sentimientos de cinismo u hostilidad, la felicidad o la satisfacción en la vida declarada por las personas… Esta variedad de medidas de bienestar conduce a resultados unívocos. El bienestar de las personas en el periodo inicial de la observación tiene una fuerte influencia sobre la futura salud y longevidad.

¿Por qué el bienestar influye en la salud?

El cuerpo humano es una máquina extraordinaria reaccionando ante lo que se denomina estrés agudo: Cuando nos enfrentamos a un evento estresante en nuestro organismo se activa una reacción definida de “combate y fuga”. Una secreción de hormonas por parte de las glándulas suprarrenales permite relajar la energía acumulada, el sistema inmunitario se activa, los vasos sanguíneos se contraen, el corazón y lo pulmones aumentan su actividad, los factores de coagulación aumentan en la sangre para reparar eventuales heridas, el cerebro se vuelve más reactivo y reduce la
percepción del dolor.

Esta reacción es saludable si termina rápidamente y por el contrario es dañina si se convierte en crónica: En este último caso el cerebro disminuye la memoria, las funciones del pensamiento y aumenta el riesgo de depresión y de insomnio, el sistema inmunitario se deteriora, la constricción crónica de los vasos sanguíneos aumenta el riesgo de hipertensión y enfermedades cardiovasculares y las funciones digestivas y sexuales son sujetas a varias molestias. En resumen, la biología del estrés nos dice que el problema no es el estrés sino el estrés crónico. El estrés crónico nos consume y la infelicidad es una fuente formidable de estrés.

La importancia de la felicidad para tu salud

Además de por el propio bienestar emocional, la felicidad es muy importante para el organismo, ya que el sentirse feliz produce unos efectos positivos sobre él.

Cuando estamos felices es debido a que nuestro cuerpo es capaz de generar 3 tipos de hormonas que nos hacen sentir bien. Nos referimos a la dopamina, aquella que se encarga producir placer y la motivación; la serotonina, encargada de aliviar el estado de ánimo; y la endorfina, la que provoca el sentimiento de felicidad.

De forma más concreta, este tipo de hormonas también conocidas como “Hormonas de la Felicidad”, promueven  la calma y ayudan a crear un estado de bienestar. Además mejoran el humor, ayudan a reducir el dolor, retrasan el proceso de envejecimiento, potencian las funciones del sistema inmunitario, reducen la presión sanguínea, hacen sentir placer, pueden reducir enfermedades como el Párkinson; y también ayudan a contrarrestan los niveles elevados de adrenalina asociados a la ansiedad.

¿Qué podemos hacer para activar las hormonas de la felicidad?

Una forma rápida de producir estas hormonas es activando las visualizaciones placenteras, como paisajes o situaciones personales de éxito, bienestar y satisfacción. Además, existen otro tipo de actividades que también nos ayudan a producir estas hormonas de la felicidad. Entre ellas se encuentran el escuchar música, bailar, darse un baño relajante, caminar por un sitio que nos transmita tranquilidad o simplemente quedar con los amigos o estar rodeado de la familia, puede ayudarnos a producirlas y hacer que nos sintamos más felices. Esto se debe a que los niveles de hormonas como las endorfinas aumentan.

Además, existen otras actividades que también pueden elevar los niveles de estas hormonas. Algunos ejemplos son: realizar ejercicio, tomar el sol, hacerse masajes, bailar, cantar, pintar, moldear, ejercicios respiratorios, etcétera.

Otra parte muy importante es saber lidiar con las emociones para que nuestros propósitos no se vean ensombrecidos por distorsiones y decepciones. Conocerse a sí mismo, liberarse de las cargas del pasado, de recuerdos y sentimientos frustrantes. Deshacerse de todos los sucesos traumáticos nos proporcionará un camino, hacia nuestras metas sin pesadas maletas de equipaje.

Así podremos disfrutar del viaje más apasionante y especial que es vivir y disfrutar de nuestra vida con una salud perfecta.

En conclusión, ¿Dónde está el secreto de la felicidad? En nuestra propia mente. La felicidad está en nuestras manos. Aunque hay elementos externos que a veces pueden cambiar nuestro estado de ánimo, debemos intentar que estos influyan lo menos posible en nosotros.

Nuestra felicidad depende de nosotros, así que vamos a ponernos manos a la obra empezando por sonreír y disfrutar de cada instante, compartiendo la alegría a nuestro alrededor.

Dra Teresa Pérez
Coaching de salud
Médico de empresa
Especialista en Valoración del Daño Corporal