El Bullying: una de las lacras del siglo XXI

Rebeca sufrió depresión y anorexia tras soportar 6 años de acoso escolar

Es habitual conocer noticias de jóvenes que han sufrido o sufren bullying en su colegio, en su instituto o en el entorno en el que se mueven. Una situación que convierte sus vidas en un verdadero infierno. La Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que se producen más de 300.000 suicidios infantiles al año en todo el mundo. En España no tenemos cifras concretas, pero lo que sí se conoce es que se ha disparado de manera preocupante, el consumo de ansiolíticos entre los menores de edad.

Infancia triste y cruel

Rebeca empezó a sufrir esta lacra cuando solo tenía 6 años. “Los niños de clase no me dejaban en paz, me quitaban las cosas, se reían… cambié de colegio, pero la historia se repitió. Además, empecé a estar un poco más gordita y todo empeoró, ese comenzó a ser el foco mayor de las burlas”, recuerda.

Aguantó este acoso, nada menos que, hasta los 12 años. Sus padres y ella decidieron que a partir de ese momento lo mejor sería que estudiara a distancia desde su propia casa. De esta manera la protegieron, pero todo lo que había vivido durante esos 6 años la dejó marcada.

Las consecuencias: depresión y anorexia

“Me sentía vacía, nada me llenaba, me odiaba a mí misma y no conseguía superar la tremenda tristeza que me invadía. Todo eso desembocó en una depresión y posteriormente también en anorexia”, afirma nuestra protagonista.

Dejó de comer porque no se encontraba a gusto, no se quería y perdió las ganas de vivir. “Siempre me gustó comer, pero de repente cambié. Hacía ejercicio que mi cuerpo no aguantaba, pero lo hacía, me esforzaba y terminaba destrozada. Me sentía culpable si comía alguna cosa por pequeña que fuera, me consideraba la peor persona de todas, me atormentaba constantemente”, relata.

Su madre Renata corrobora lo dura que fue esta etapa, “su carácter cambió, se volvió muy callada, introvertida, no quería hacer nada, si salía con nosotros iba con cara de enfadada. Yo me sentía impotente porque por más que lo intentaba no conseguía ayudarla”.

La Mano Que Ayuda la devolvió la ilusión

Sus padres le daban todo el apoyo y comprensión, pero no fue suficiente. Aunque pasó un año y parecía que estaba mejor, seguía sin encontrar motivaciones y cualquier problema o discusión con sus padres la hacían desmoronarse. “A los 15 años me di cuenta de que necesitaba ayuda y empecé a ir a la ONG. Seguí los consejos que me ofrecieron y comprobé que lo que no fui capaz de resolver en 3 años y medio lo conseguí en 4 meses”.

Rebeca ha recuperado la sonrisa, tiene una relación estupenda con sus padres, está ilusionada con su futuro y es capaz de solucionar los problemas sin hundirse. “En La Mano que Ayuda encontré gente que me escuchaba, que no me juzgaba, que no me trataban como si fuera un problema propio de la inmadurez de mi juventud, sino que me entendían. En las reuniones me dieron consejos muy útiles y dejé de encerrarme en mí misma. Estoy muy agradecida porque gracias a ellos ahora soy lo que soy”.